Como
aquel girasol que busca la sombra en una tarde soleada y calurosa. Los demás
girasoles son felices con esa luz resplandeciente que les da vida. Ese pequeño
girasol, pocho, indefenso, marchitado por el calor abrasador y el exceso de
luz. El resto ansiaba más Sol aún, odiando a muerte la lluvia. Él, en cambio,
no lo soportaba. Lo que a los otros les daba vida a él lo mataba. Era el único
que se sentía incómodo o eso parecía. Se sentía como pez fuera del agua los días
soleados.
Él
amaba la noche por su oscuridad (y por Luna, para qué mentir). Era un giraluna,
no un girasol. Pero nadie parecía darse cuenta de que era de otra clase de
flor. Distinto a los de su alrededor, diferente, para nada usual. Especial.
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