sábado, 5 de abril de 2014

Vida baila desnuda y todos nos callamos.

Vida baila desnuda, ebria de sentimientos, una melodía que suena a lo lejos, quizá cantada por Luna.
¿Quiénes somos nosotros para decirle que no sabe bailar, que se equivoca de pasos y que no sigue el ritmo? Aún va a cabrearse y nos la va a liar parda.
Nosotros, cerrados de mentes y de boca, intentamos vestirla con nuestras palabras no dichas. Porque no aceptamos que baile como llegó al mundo delante de tantas estrellas, que aún la van a desear y se nos va a enamorar esta cría loca. Lo mucho que le divierte dejarse alumbrar por tantos, entrando en nuevos hogares pero nunca quedándose.
Pequeña mujer de ojos universo que se pierden en sí mismos. Pobres, Vida se ha quedado sin boca de tanto besar y bailar con desconocidos y no puede indicarles el camino de vuelta, el camino para encontrarse de nuevo.
A ver si deja de bailar de una maldita vez que, de tantas vueltas, nos tiene mareados a todos. Y que dejen de tocar la maldita cancioncita que es demasiado pegadiza. Poco nos falta para volvernos locos (Vida también se volverá loca, si no lo está ya).
Piruetas, saltos, poco le queda para romperse la cabeza. Porque, como es de esperar por su característica despreocupación, ella no le pone casco a su corazón. Quiere al límite, hasta el abismo, siendo funámbula en el borde del precipicio entre el amor allí abajo y el odio aquí arriba. Porque amar para ella es caer para no levantarse, para vivir de rodillas a alguien.
¿Cuántas veces se habrá tirado a la piscina de cabeza sin salvavidas y sin saber nadar, para que el socorrista de turno le acabara haciendo el boca a boca? ¡Cuántas nuevas lenguas ha aprendido ya!
Cruza las calles con los ojos cerrados fuerte, a ver si algún superhéroe de esos de las películas (o cómics, el origen poco le importa) la salva de sí misma. Y si hay semáforo, en rojo pasa, recibiendo todas esas hostias que la realidad le debía desde la última vez que jugaron al póquer con personas como cartas.
Puede que los juegos de cartas no se le den bien, pero nadie le gana en las carreras por sus medias, demasiadas veces lo han intentado otros y se han dado por vencidos al verla ir en cabeza al primer agujero.
¿A la quincuagésima séptima se dará cuenta de lo peligroso que es conducir sin frenos? Que su corazón tiene más cosidos y descosidos que sangre bombeando. Eso de ‘a la tercera va la vencida’ no va con ella. Porque ella pica cinco veces, seis si hace falta en la maldita puerta para después huir cobarde como niña que se ríe de sus vecinos.
Suerte aquel que se atreva a escalar por sus costillas para llegar hasta sus labios, carretera con curvas, cuidado que todos se pierden o acaban accidentados.

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