jueves, 3 de septiembre de 2015

Septiembre es mío y de nadie más.

Septiembre es el año nuevo de los cobardes
y nunca debería ocultar que yo soy la primera que lo celebra.
Septiembre es el principio de un año que no acaba nunca hasta que tú no me dices ‘basta’.
Septiembre no acaba nunca, porque no hay otro mes que sepa besarme las espinas igual que Junio, Julio y Agosto besan mi piel con los rayos que logran escapar de toldos, persianas, sombrillas que nunca, nunca, nunca deberíais usar. Debería estar prohibido huir de Sol. Ya vendréis quejándoos porque no encontráis aquella luz que un día de verano rechazasteis.
Y qué sabré yo, os estaréis preguntando, que ni siquiera sé cómo es la luz del final del túnel en el que siempre acabo metida. Pero si Septiembre es la oscuridad en la que me refugio, no quiero ver más luz que la que proyectan las hojas de otoño que caen, desprevenidas, incapaces de volar y evitar su destino, que lucen un favorecedor tono anaranjado. Ya tengo suficiente. Para hoy. Para mañana. Para el resto de mi vida.
Septiembre no debería considerarse un mes porque es más que eso: Septiembre es toda la vida, para aquellos que tienen suerte.
Porque Septiembre son todo sí y nada no.
Un consejo (para siempre, para Septiembre, para toda la vida): dejad de temerle.

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