Bella Luna. La primera noche nos
colgamos de ella sin asegurarnos antes de llevar paracaídas. Paseamos por las
nubes confiados de que ella nos aguantaría. Pero, como dicen, quien ríe último
ríe mejor. Y ella se rió de nosotros. Con esa risa blanca, preciosa y
silenciosa que tiene.
Ese mundo de fantasía y felicidad dejó
de existir para nosotros. Nos dejó caer de vuelta al infierno, la muy puta. Con
lo felices que éramos en ese lugar celestial y nocturno y lo infelices que nos
volvimos en este infierno diurno. Que nos quema vivos, poco a poco. Empieza
desde dentro para acabar con nosotros totalmente.
Qué envidia nos tenía Luna. Decidió que
nadie podía ser más feliz que ella. Y menos acompañado, dado que ella se pasaba
las noches colgada del cielo, sin nadie a quien amar. Un día decidieron separar
Luna y Sol. Él ya había rehecho su vida día a día, había encontrado a otra.
Ella seguía esperándolo, noche tras noche. Celosa, algún día huía de la noche y
se colaba en el día, coincidiendo con él (una lástima que no estuvieran juntos,
qué bonitos eran cuando se juntaban y Eclipse se dejaba ver). Quitando esos
minutos el resto de tiempo Luna estaba sola, dando tumbos de punta a punta del
mundo, destrozando a gente feliz, tratando de pillar a Sol.
Su sonrisa recordaba a la del gato del País de las Maravillas. Igual de mala era ella.
Su sonrisa recordaba a la del gato del País de las Maravillas. Igual de mala era ella.
Buena historia, la maldad suele aparecer en los corazones rotos.
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