Se
pasaba los atardeceres mirando un punto fijo del cielo, entre el color rosa y
el naranja, mientras despetaleaba margaritas de dieciséis pétalos. Atardecer
tras atardecer. Cada día igual. Esperando el día que encontrara una margarita
de quince pétalos que acabara diciéndole ese ‘me quiere’ que tanto esperaba.
Todas sus esperanzas puestas en encontrar esa flor que le dijera que todo
saldría bien. Pero siempre tenían dieciséis pétalos blancos, suaves, malditos,
diciendo ‘no me quiere’.
Llenaba
su vida así, haciendo ‘chiquilladas’, como le decía su madre. Pero ella era
‘feliz’ así. Manteniendo viva la pequeña cría que dejó de existir hacía tiempo,
intentando mantener un fuego encendido que hace tiempo solo dejó cenizas.
Por
las noches, cuando el atardecer desaparecía y ese color medio rosa medio naranja se convertía en un negro
que todo lo llenaba, se dedicaba a despetalearse a si misma. O deslagrimarse. Sacaba
lágrima a lágrima de su interior, buscando ese ‘todo está bien’ que algún día
llegaría. Pero, por el momento, solo tenía ‘todo está mal’ y parecía que iba a
durar un buen tiempo.
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