Mil sombras llenan esta calle. Unas
vienen, otras van. Pasan, arrastrando los pies. Qué pesado es llevar la
tristeza de un lado a otro, cuánto cansa. Mil sombras que bailan en silencio
consigo mismas. No tienen con quien bailar. Pero quieren bailar. ¡Que bailen!,
grita alguien desde una ventana. Y siguen arrastrando los pies, tristemente al
son del tintineo de las gotas que caen sobre ellos. Llueve, pero les da igual,
las sombras no se mojan. Siguen bailando solas.
Dos sombras se juntan. Qué ha
pasado. Paran todas. Dejan de bailar y observan, curiosas, esas dos sombras que
bailan juntas, pisándose los pies torpemente: no están acostumbradas a bailar
acompañadas. Poco a poco ese par de sombras dejan de ser el centro de atención.
¡Mirad, otra pareja se ha juntado!,
grita la misma voz de antes. Y así pareja tras pareja. Todas las sombras se
emparejan.
Cada vez hay más sombras. Las
sombras pasan a ocupar más calles con sus tristes pasos. Acaban apropiándose de
la ciudad entera.
Sombras sin nombre ni apellidos. Sin edad. Sin peso. Sin altura. Solo sombras. Vacías y casi inexistentes.
Sombras sin nombre ni apellidos. Sin edad. Sin peso. Sin altura. Solo sombras. Vacías y casi inexistentes.
Escribes demasiado bien.
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