Los
relojes están averiados del tiempo que llevo esperándote. No saben adónde
marcar. Han perdido la cuenta de las horas que te he echado de menos. Las agujas sangran, muertas, sin vida.
O quizá lloran y no puedo darme cuenta. Los relojes de arena permanecen congelados
en la repisa de la ventana y los pájaros han dejado de cantar, después de
tantas horas cantando se han quedado afónicos. Han pasado tantos otoños que el árbol
ya no tiene ni ramas. Mi corazón dejó de latir hace demasiado y se ha llenado
de grietas. Mis manos ya no saben ni escribir y las letras se confunden en las
cartas que te escribo.
Llegas
tarde, una vida tarde. Una vida que te espero. Y todas las vidas que hicieran falta te esperaría.
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