sábado, 29 de marzo de 2014

Silencio.

Me senté en frente suyo, observando como repicaba la mesa con los dedos continuadamente. Era el único sonido que se oía en el despacho. Sentía sus ojos fijos en mí, mientras yo esquivaba su mirada, mirando el contenido de las múltiples estanterías que cubrían todas las paredes a excepción de la que estaba en frente mío, ocupada por una gran ventana por la que entraba la única luz que iluminaba la habitación. 
La variedad de libros que reposaban tranquilos en esas baldas de madera de roble era infinita. Desde poesía a novela negra, pasando por la histórica y la romántica pegajosa. Una de sus normas era no permitir a ningún libro no leído tener el honor de descansar entre tales bellezas. Porque, si no llegaba a gustarle dicho libro que aún no se había leído, en el momento en que lo leyera y se diera cuenta, se lo acabaría regalando a alguien odiado, deshaciéndose de tal atroz obra. ¿Cómo podría haberse leído tal cantidad de libros en tan corta vida? Por mucho tiempo libre del que dispusiera, era imposible para un ser humano leer tantos libros. Sabía que no dormía mucho, puesto que sus ojeras lo delataban, cayendo debajo de sus ojos cual dos negras lunas.
-       ¿De qué va este libro? – dije a la vez que señalaba un libro negro con ‘Silencio’ escrito en dorado en el lomo.
Se levantó sigilosamente sin dirigirme la palabra y cogió dicho libro, sujetándolo con el pulgar y el índice, puesto que no era excesivamente grueso.
-       ¿Este? – me preguntó.
Asentí mientras observaba los detalles dorados que decoraban la oscura y simple portada.
-       Esta es la excepción que confirma la norma. Es el único libro en toda esta sala que no he leído. Te debes estar preguntando por qué está aquí, sabiendo mi primera y única norma. Este libro tiene algo especial. No me preguntes el qué, aún no lo sé, pero sé que lo tiene. En cuanto lo vi en la librería fue amor a primera hojeada. El tacto de las páginas, tan suave. El olor del libro, tan característico. Las letras, tan peculiares.
Quizá estés pensando que esto me pasa habitualmente, por mi terrible pasión por los libros. Para nada. Eso solo pasa pocas veces y la mayoría de estas escasas veces, suele ser un falso sentimiento. Pero esta vez, he sentido que este era el libro.
Por eso mismo quiero que lo leas tú antes – dijo mientras lo deslizaba sobre la mesa, acercándomelo para que lo cogiera.- Creo que eres la persona adecuada para él. Porque, como bien deberías saber después del millar de conversaciones que hemos tenido, cada persona tiene su libro y cada libro tiene su persona. Entre ellos existe una estrecha relación. Cuando lees tu libro lo sabes. Puede que pienses que estoy loco pero ¿quiénes son los cuerdos? Leo todos estos libros en busca del mío propio. Espero encontrarlo algún día.
Embelesada por lo que me decía, lo escuchaba detenidamente, sintiendo la pasión que me transmitía mientras hablaba. Cogí el libro entre mis manos y pasé el dedo suavemente por las únicas letras que llenaban la oscura y simple cubierta. Me lo acerqué y pude percibir un agradable olor a libro, aunque era diferente a los otros que había leído. Lo hojeé y ojeé, y me asusté.
-       Pe-pero este libro está vacío, las páginas no tienen letras – musité como si le contara un secreto.
-       Si lees bien encontrarás lo que necesitas – me respondió mientras hacía ademán de levantarse para acompañarme a la puerta.
-       Tranquilo, ya salgo yo sola, no te levantes.
Me guardé el pequeño libro en la mochila que llevaba colgada en la espalda y salí con prisas de la consulta. Me senté en la parada de autobús esperando a que pasara el número 12. Durante la espera, cogí el libro y empecé a observarlo detenidamente, analizando todos los detalles. Las puntas de la portada estaban ligeramente gastadas por el roce. A excepción de ese pequeña imperfección, el resto del libro permanecía impecable.
Lo abrí, leyendo el título, su escritor y datos varios de edición. Solo había una página escrita. Decía así:

“El silencio tiene el valor que tú le das al romperlo con tus palabras.

Seguí pasando páginas y no entendía absolutamente nada. Todo era confuso pero a la vez no lo era. ¿Qué tenían de confuso unas páginas en blanco? Nada y todo. ¿Cómo se suponía que yo debía leer ese libro si no había nada – cuando digo nada es absolutamente nada- escrito en él, aparte de aquella única frase?
Miré perpleja hacia el horizonte, lleno de oficinas, bloques de pisos y personas, muchas personas.

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