Quería
olvidarme de todo lo que había pasado, de todos los recuerdos que estaban
repartidos por todos los rincones de esa ciudad. Tenía demasiado miedo, temía
encontrármelo por cualquier lugar y no quería salir de casa. Me pasaba las
noches llorando y los días durmiendo, día tras día igual. Nada mejoraba nunca,
parecía que me hubiera hundido en un agujero negro del que no podía salir, en
el que no hubiera una escalera por la que subir y llegar a la bonita realidad
de la que todos hablaban. Ese agujero negro no tenía salida, no se veía ningún
rayo de luz, ninguna señal o ningún indicio de que ahí fuera hubiera algo
diferente. Parecía que el agujero negro ocupaba todo el lugar que conocía. No
parecía acabar nunca, era un agujero infinito y todo era oscuro, todo era
tristeza, todo eran lloros, todo era malo.
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