sábado, 23 de noviembre de 2013


Sé que prometí que nunca más volvería a escribirte, que quemaría mis ganas de hablarte junto a tus cartas, olvidándote, quitándote de mi mente de una vez por todas. Pero, como ves, aquí estoy; creo que me confundí y me quemé yo, en vez de quemarte a ti. Ya no sé qué decirte. Esto me parece inútil, pero lo necesito. Sé que en cuanto leas esta carta la quemarás o la tirarás, quizá sin haberla leído. Tú ya me has olvidado. Ya has estado con cientos de tías desde que me dijiste que no me querías. Y yo sigo estancada en ese día. No puedo dejar de revivir ese día. Sigo llorándote cada noche, cada tarde, cada mañana y cada madrugada. Sigo susurrando tu nombre en la oscuridad de la noche, esperando que algún día me respondas susurrando mi nombre. Susurros que algún día se convertirán en gritos a la puerta de tu casa. Gritos desesperados pidiéndote que vuelvas. Preguntando por qué te fuiste, si lo teníamos todo. Que sin ti estoy perdida, perdí el rumbo en cuanto esa sonrisa cambió de barco.

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