Odiaba el amor por encima de cualquier
cosa. Y lo odiaba más aún cuando lo encontraba. Porque encontrarlo significaba
probar su existencia, negar sus creencias sobre el amor, romper todas sus
ilusiones mientras pensaba que el amor no era más que un cuento de niños
pequeños al igual que los reyes magos o ratoncito Pérez. Odiaba el amor.
Encontrarlo significaba arrojarse al vacío atada a alguien, sin poder evitar el
golpe volando libre hacia arriba. Odiaba el amor. Encontrarlo significaba
depender. Odiaba el amor. Encontrarlo significaba compartir todo aquello que no
estaba dispuesta a compartir con nadie: su única y más preciada vida. Odiaba el
amor.
¿He dicho ya que odiaba el amor?
Odiaba el amor. Encontrarlo era como
tropezar en el décimo noveno escalón de veinte que había y caer rodando hacia
abajo para tener que volver a subir todos esos escalones otra vez. Odiaba el
amor. Encontrarlo era descubrir un ‘me quiere’ detrás del último pétalo de las
flores que crecían en el jardín de sus abuelos (entended que, para ella, eso
era terriblemente malo). Odiaba el amor.
Y el odio, queridos, no es más que otra
forma de representar el amor.
No puedo identificarme más con este texto porque no es posible. Ha sido realmente bonito de leer.
ResponderEliminarSupongo que siempre habrá alguien con quien identificarse. Muchas gracias, ay.
Eliminarsomos seres tan contradictorios como el odio y el amor.
ResponderEliminar¡Cuánta razón tienes!
EliminarMe ha llegado la comparación del amor con los veinte escalones.
ResponderEliminarGracias por escribir tan bonito.
Alba.
Gracias a ti por leerme, querida.
EliminarSi el amor es odio, ¡Dios me libre de decir que te odio mucho!
ResponderEliminar¡Pero qué cosas me dices, que me sacas los colores! ¡Yo también te odio mucho, anónimo!
Eliminar