domingo, 28 de septiembre de 2014

Pensé que solo lloviznaba, pero eras tú.

El cielo empezaba a arder frente mis ojos, el Sol pretendía quemar la Tierra entera, acabar con todo dejando míseras cenizas a su paso. Yo permanecía inerte en el asiento, como si nada de eso fuera conmigo, como si yo fuera el único humano inmortal que fuera a sobrevivir a ese incendio. Simplemente observaba como el cielo cambiaba de color lentamente, como si todo eso fuera un otoño celestial, volviendo el cielo anaranjado.
Quién nos va a limpiar las legañas ahora, quién va a impedir que veamos el mundo como es realmente, quién se va a atrever a contarnos la pura y triste verdad. Dime, corazón, cuánto tiempo pasará antes de que llegue la próxima estación.
Las luces de las farolas iban muriendo lentamente a medida que avanzaba por la exánime autopista. Por los pueblos cercanos empezaban a dar las siete de la mañana, con unas alegres (poco acordes a mí) campanadas.
Acaricié a Libertad cada noche hasta hoy y mírame, mira cómo me ha dejado: encadenado a la miseria, a la desesperación y a alguien cuyo nombre no soy capaz de pronunciar.
Poco a poco van incorporándose más coches, conducidos por personas con cara de tengo-muchos-amigos-y-ningún-enemigo y ojeras colgando cual medias lunas de sus pestañas. Varios cafés ya en vena, un beso de despedida y un ‘nos vemos a la cena’.
Corre, ven, dime lo que quiero oír,
dime que aún hay alguien que llora por mí,
que las noches se han vuelto un sinvivir,
corre, que me ahogo entre tanto frenesí.
El ramo de rosas yacía muerto en el asiento del copiloto, esperando que algún día me dignase a llevarlo al cementerio, a darle el entierro que no se merecía.
Los ramos arrojados a la cara nunca me han sentado tan bien,
¿qué tal si incluimos la próxima vez,
de mi corazón un traspié?
Nunca esperé una tormenta como tú. Y, contra todo pronóstico, a ti sobreviví.

4 comentarios:

  1. Yo lo único que espero al leer esto, es que ojalá pueda sufrir una tormenta que te traiga consigo hacia mí acompañada de tus versos en papel, ¡y ya puede arder el Sol, que la tormenta eres tú!

    ResponderEliminar